Creo que hay un extremo cansancio. Un generalizado burn-out. Equipos completos trabajando al límite mucho tiempo.
Una situación que no está limitada a un país ni a un continente. Se extiende por todo el mundo, con algunas excepciones. Unidades de cuidados intensivos a máxima capacidad, hipertrofiadas por necesidad. Un crecimiento incompleto, basado en infraestructura y equipos, pero no en personal. Mucho del personal reforzado con compañeros inexpertos, de otras especialidades. Estos dan lo mejor y contribuyen a sostener el sistema. Urgenciólogos, anestesistas, y otros especialistas se han adaptado y asumen el trabajo, con profesionalidad y ética.
Unidades de cuidados intensivos triplicadas en capacidad. Servicios de urgencias duplicados. En muchos sitios con el mismo personal. No solo en horario ordinario, sino con muchas más guardias cada mes. Jornadas de refuerzo. Jornadas, muchísimas, atendiendo más pacientes de los que corresponde. Superando las llamadas ratio, tanto en enfermería como en personal médico.
Días y días sometidos a la tensión de decidir el mejor protocolo, el mejor tratamiento para cada paciente. Tanto para el que está en UCI como para el de urgencias y el de hospitalización. Decidir en unos minutos lo que correspondería a un comité de ética, a un equipo multidisciplinario que se respaldaría en la mejor evidencia, revisada con calma y tiempo.
Días y días, interminables, en los que las decisiones se basan en complejos algoritmos mentales, ni siquiera escritos, que recogen y combinan múltiples factores clínicos, analíticos, demográficos, epidemiológicos, técnicos, y de juicio. Todo eso elaborado y procesado para 10, 20, 30 pacientes en una noche. El esfuerzo que significa eso es intenso y extraordinario.
No solo es un esfuerzo mental. Es un compromiso físico y emocional. Al límite. En la UCI, en urgencias, en hospitalización y en medicina extrahospitalaria.
Olvidamos que compromete a nuestras familias también. No es posible excluirlas, pero es difícil protegerlas, en tanto la pandemia afecta a toda la población, a toda la comunidad, de la que formamos parte junto a nuestras ellas.
Seguramente existirá el final de esta pesadilla. No lo vislumbramos, por ahora. Parece que transitamos por una ciénaga, por una marisma. Como en la película «La Reina de Africa», la medicina crítica en este momento es Humphrey Bogart tirando el solo de su barco, metido hasta el cuello en un pantano lleno de sanguijuelas y otras plagas.
Como él, saldremos del pantano con el sistema salvo (no sé si sano).