La atención inmediata, la acción innecesaria

La ambulancia, con su profesional médico, acudió en respuesta a una llamada de una paciente mayor que se quejaba de mareo y palpitaciones. Como es lógico, además de la evaluación anamnésica y física, se practicó un electrocardiograma que mostró una fibrilación auricular con respuesta ventricular rápida, sin inestabilidad hemodinámica.

Inmediatamente el médico inició lo que entendió debería ser su actuación. Además de la indicación de oxígeno y  la correspondiente vía venosa periférica, administró un bolus endovenoso de 300 mg de amiodarona, seguido, ante la falta de respuesta, de una dosis de carga de digoxina, también por vía endovenosa.

No pondré en duda el criterio médico seguido para la administración de estos fármacos antiarrítmicos. A la luz de las guías, directrices o guidelines de la Sociedad Europea de Cardiología, la AHA o el ACEP, la digoxina, por ejemplo, tiene un campo estrecho de uso en estas situaciones. Pero ese no es mi punto de atención.

Me cuestiono como médico de urgencias la necesidad de actuar en esta situación de entorno domiciliario, extra-hospitalario por definición, sobre una paciente posiblemente pluripatológica, quien además sería trasladada a un Servicio de Urgencias, sin otra opción.

El riesgo de complicaciones en entornos no adecuados es mayor que en el ambiente relativamente controlado del hospital, donde está claro que se cuenta con recursos y el soporte de todo un sistema de atención inmediata y compleja. No hay necesidad alguna de correr ese riesgo, a menos que la acción implique que el beneficio de la medida aplicada sea mayor que el propio riesgo, en especial de las drogas antiarrítmicas.

Además las acciones aplicadas no evitarán, en este y otros casos, el traslado al hospital, pero en cambio provocarán un retardo innecesario y peligroso en la atención médica apropiada.

Cuando el esfuerzo es innecesario

La opinión influye demasiado

A tenor de la re-estructuración del sistema de atención urgente local, es decir, el cambio en el equipo que atiende las urgencias extra-hospitalarias, se ha desatado una gran controversia en la opinión pública.

La campaña en redes sociales es notable, así como la presencia en medios de comunicación, siempre con actitud tendenciosa. Siempre sin fundamentos objetivos contundentes.

El cambio implica que las ambulancias antes conocidas como medicalizadas, ya no lo son, en tanto no cuentan en su equipo «residente» o presente y disponible in situ, con un profesional médico. Ante un episodio de atención, el médico se desplaza en otro vehículo solo si es necesario.

No es mi interés entrar a valorar las bases de este cambio, ni la pertinencia. Ni siquiera voy a hacer una revisión del documento, o los documentos, que dieron lugar a esta medida.

Esfuerzos estériles

Tampoco voy a defenderla ni a atacarla. No me interesa tampoco hacer consideraciones acerca del tema de la prescripción de enfermería, de la supuesta pretensión de que el personal de enfermería o técnico efectúe labores de «sustitución» del médico.

Vuelvo a subrayar el carácter francamente tendencioso de estas opiniones.

Solo diré que en ocasiones, más de las que quisiera, tengo la impresión de que la presencia del profesional médico en esos eventos termina por modificar el cuadro, introducir variables confusas en la evolución del cuadro clínico, distraer la atención de manera inadvertida, estoy seguro, y finalmente retardar la definitiva y necesaria atención hospitalaria.

A lo que me refiero es que en ocasiones, muchas, es mejor un traslado rápido y seguro, pero sobre todo rápido, que una intervención o intervenciones que retardan las cosas una, dos y hasta 3 horas. Intervenciones que por otra parte no añaden valor en la corrección de las alteraciones fisiopatológicas de un evento agudo que amenaza la vida de un paciente. Intervenciones que, en cambio, sí son capaces de poner en riesgo al propio paciente.

Anécdotas tengo algunas, que pueden ser anécdotas, pero que ocurren por el excesivo celo, o por la actitud de poder y el sentimiento de autosuficiencia del profesional médico.